Contemplada la sublevación separatista de la Esquerra en 1934 con la perspectiva de casi un siglo, la pregunta que asalta al observador atento no es cómo pudo ocurrir, sino cuándo habrá de repetirse. Y es que, leyendo el extraordinario reportaje de Enrique de Angulo sobre aquella astracanada delirante, lo que más extraña al lector contemporáneo es precisamente no extrañarse frente al retrato psicológico de los actores de la farsa. Inevitable reconocer a Ventura Gassol, a Badia y a Dencàs en esa la legión de garibaldis de salón que fabrica cotidianamente la opinión pública en Cataluña. Imposible no identificar la alegre irresponsabilidad de Maragall en la pueril inanidad de Companys. Arduo ignorar el marchamo perenne de la burguesía en la creación del caldo de cultivo intelectual que entonces –al igual que ahora– desembocó necesariamente en el secesionismo. Ineludible, en fin, reparar en la ceguera de las elites políticas españolas de hoy…
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