El dinero público es infinito, los empresarios son malos y esforzarse, sospechoso
Actualizado:
31/08/2018 03:14h
En los años ochenta tuve la ocasión de viajar con mis compañeros de facultad a la Yugoslavia comunista. Por entonces el país hacía tímidos intentos de introducir un soplillo de economía capitalista. Por ejemplo, existían bares del Estado y otros de propiedad privada. Enseguida aprendimos dos cosas. La primera, la crucial para nuestros intereses tarambanas, era que cerveza se decía «pivo». La segunda fue que descubrimos que las tabernas privadas resultaban mejores que las estatales. Y es que, como concluye el sabio dicho popular, «lo que es de todos no es de nadie». El legítimo afán de ganar dinero es el móvil que anima a los empresarios y acaba generando empleo, bienestar y riqueza para la sociedad. Pero eso es lo que piensan acémilas como Stuart Mill, Adam Smith, David Ricardo, Hayek, Keynes…
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