Se cuenta que, en su últimos años, Catón el Viejo daba la paliza a diestro y siniestro añadiendo al final de cualquier discurso, da igual el tema que estuviese tratando, la frase: «por cierto, creo que Cartago debería ser destruida». El censor temía por la rápida recuperación del rival más peligroso de Roma y soñaba con borrarlo de la faz de la tierra para la seguridad de la patria. Aunque la muerte le impidió ver su proyecto realizado, tres años después Cartago fue arrasada hasta los cimientos, se echó sal sobre el lugar en el que se había alzado y todos sus habitantes fueron vendidos como esclavos.
No se alarmen, no voy a patrocinar la destrucción de nada ni de nadie —sobre todo ahora que la tuna va camino de desaparecer de forma natural—, pero sí creo que se abre un momento en el que no quedará otra que aferrarse…
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