“Si los hombres parieran –rezaba la terrible consigna feminista–, el aborto sería un sacramento”. Hace tiempo que no lo oigo, y sospecho la razón: el aborto ya es un sacramento para la modernidad.
Todos los apocalípticos vaticinios de los provida se han cumplido, todas las predicciones de los proabortistas suenan ahora a sarcasmo, toda la ciencia, la tecnología, la medicina hace cada vez más evidente la monstruosidad.
Da igual. Los proabortistas, naturalmente, hilan frases que pretenden ser argumentos, pero no es lo que les convence ni lo que mantiene en pie, ampliándose año a año como una espantosa plaga, la matanza sistematizada.
Cada logro médico que permite adelantar la viabilidad del feto fuera de la madre, cada avance científico que hace evidente la singularidad del embrión, cada conquista tecnológica que nos deja –y, potencialmente, deja a la madre– entrar en la vida intrauterina anima a los partidarios de la vida…
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