El ministro Huerta ha dimitido.
Lo ha hecho mal, por dos razones.
La primera, porque no ha debido dimitir. No porque no haya cometido ilegalidades como ha mal dicho —que las ha cometido, ya que ilegal es lo que dicen los jueces que lo es (una vez decidió discutir la decisión de los funcionarios de Hacienda)—, sino porque se trata de una ilegalidad concreta que no lo incapacitaba ni legal ni éticamente para ser ministro. Y es muy mala noticia que dé la razón a los que piensan otra cosa. Le ha faltado el valor —o quizás el convencimiento personal— de decir que ser ministro no le obliga a ser buena o mala persona, o a haber sido en el pasado buen o mal ciudadano, a convertirse en un dibujo grotesco.
La segunda, porque ha culpado a la jauría que está contra el PSOE, y se ha puesto a hablar…
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