Me asquean la coacción y la violencia como vehículos para la imposición de las propias ideas. Solo acepto la violencia privada como legítima defensa en términos estrictos (es decir, con la exigencia de ataque inminente a los propios bienes y respuesta proporcional) y cuando se ejerce por el Estado legítimamente para aplicar las leyes democráticas —solo lo son las que se aprueban por asambleas democráticas y sin invadir los derechos y libertades esenciales de los individuos—. Por eso me asquea el escrache; también la protesta que pretende evitar que otros ejerzan sus derechos y libertades: el que revienta una conferencia, impide que alguien vaya a trabajar si quiere o persigue al minoritario, al diferente, al que piensa distinto. Más aún, las campañas de acoso suelen, incluso en el mejor de los casos y cuando se dirigen contra el tipo más execrable, heder a masa, a turba, a consigna, a…
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